fuente: El Cordillerano
La gesta que tuvo que comandar el caudillo del norte se inmortalizó más tarde con la expresión “guerra gaucha”, concepto que fue primero sinónimo de resistencia popular, más tarde libro de cuentos y por último, título de una película. En efecto, el film se estrenó en Buenos Aires el 26 de noviembre de 1942, época en la que el cine argentino se interesaba por las manifestaciones colectivas de nuestros mayores.
Pensar esa “guerra gaucha” es imposible sin traer a colación la figura Güemes, hijo de una familia acomodada que ya durante las invasiones inglesas, se había jugado el pellejo por un ideal bien alto. Años más tarde, cuando se produjo la Revolución de Mayo, formó parte del ejército patriota que cruzó armas con el enemigo en Suipacha, con saldo victorioso.
Desde 1814, seguían a Güemes sus paisanos, el gauchaje pobre de Salta y también, varios de los jóvenes que venían de la aristocracia. Pese a la torpeza de los porteños que enviaban las autoridades de Buenos Aires, los escuadrones gauchos se las arreglaron para evitar que esa zona de las Provincias Unidas quedara en manos realistas. Cuando San Martín reemplazó a Belgrano al frente del Ejército del Norte, recorrió el teatro de operaciones y constató sobre el terreno las atrocidades que los hombres del rey cometían en los pequeños pueblos de los parajes. Supuso y con razón el futuro jefe del Ejército de los Andes, que en esos caseríos perdidos palpitaba el ánimo de revancha y que siempre habría allí criollaje capaz de defender la patria.
El 3 de agosto de 1814, los contingentes al mando del salteño obligaron a los realistas a evacuar Salta. Pero inmediatamente “la guerra gaucha” pasó a la ofensiva y meses después, el 14 de abril de 1815, los escuadrones patriotas hicieron morder el polvo de la derrota a los realistas en Puesto del Marqués. Para Güemes, el prestigio que supo ganar en el campo de batalla se materializó en influencia política y al mes siguiente, el Cabildo lo designó gobernador de la provincia.
Durante su mandato, terminó de enemistarse con los pudientes de Salta, quien según el mandatario, debían aportar en mayor medida a la guerra contra los maturrangos. Por aquellos tiempos, Buenos Aires quedaba muy lejos de Salta. No sólo geográfica, sino también políticamente. Es más, varios oficiales porteños de alto rango e inclusive funcionarios gubernamentales, no sentían el menor aprecio por ese joven audaz y demasiado autónomo.
Al comprender que las provincias del norte tenían que arreglarse solas frente al invasor, Güemes no se amilanó. A diferencia de otros ejércitos de la Independencia, el salteño se conformaba absolutamente por voluntarios. Era la gente, que se armaba con lanzas, boleadoras y herramientas agrícolas. Los fusiles y carabinas eran muy pocos. Los soldados eran “irregulares”, como sostiene la literatura militar clásica.
En una ocasión, un capitán español llegó hasta Güemes con un intento de soborno que intentaba el virrey del Perú. El barbado respondió con tanta firmeza como elegancia: “Yo no tengo más que gauchos honrados y valientes”. No son asesinos sino de los tiranos que quieren esclavizarlos. Con éstos únicamente espero a usted, a su ejército y a cuantos mande de España. Convénzanse ustedes de que jamás lograrán seducir no a oficiales, sino ni al más infeliz gaucho. En el magnánimo corazón de estos hombres no tiene acogida el interés, ni otro premio que su libertad (…) “al pueblo que quiere ser libre no hay poder humano que lo sujete”.
No obstante, fue un coronel salteño, José María Valdés, quien conspiró con los sectores descontentos ante los empréstitos que impuso Güemes, el que ocupó Salta el 7 de junio de 1821. Antes de salir de la ciudad, el jefe patriota recibió un balazo y llegó gravemente herido a su campamento, donde así y todo, dispuso lo que estaba a su alcance para ordenar la novena reconquista de Salta. Cuando diez días después dejó de existir, toda Salta marchó al Chamical para asistir a su entierro. En Buenos Aires, la prensa oficial informaba feliz: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos. ¡Ya tenemos un cacique menos!” No vale la pena ni recordar al miserable que escribió esas líneas. Fue de la sangre de “abominables” de la que precisamente se nutrió la libertad de América.
Por último, digamos que por entonces no existía el concepto de Latinoamérica, idea que surgió bastante más tarde y que indirectamente, sirvió para identificar a la región que conquistaba su libertad con ideales franceses y precisamente, grecolatinos, en desmedro de los aportes que provenían del sustrato indígena y africano, que sumaron y cómo a la Independencia. Quechuas, aimaras e integrantes de otros pueblos supieron guerrear a la par de “Los infernales” contra el absolutismo y los privilegios.
fuente: El Cordillerano
Pablo Lázaro
Gran Maestre